A M O
R A L
A V I L A
“El elemento de toque para medir la
caraqueñidad de una persona”
Mario
Briceño-Iragorry
La
vertiente Sur de nuestro Parque Nacional “El Avila” (ahora Waraira Repano) que
linda con Caracas, desde el Abra de
Tacagua al Oeste hasta la Quebrada Ayala en el Este, define por el Norte el
valle donde se ha desarrollado nuestra capital y es parte vital de la misma,
por cuanto le proporciona a la ciudad un extraordinario pulmón vegetal y un
invaluable contacto con la naturaleza.
Para la
época de la fundación de Caracas este sector del Parque al cual nos estamos
refiriendo era totalmente selvático, vale decir, boscoso y, conformado por una
diversidad de biotipos con predominio de arboles de gran talla, que se
mantenían verdes, incluso durante la estación seca.
En el decurso de los años que transcurren desde 1567 hasta mediados
del siglo pasado, poco antes de ser declarado parque nacional, los distintos
propietarios y pisatarios de la “SIERRA GRANDE”, talaron progresivamente los
arboles maderables y, los destinados para
leña y elaboración de carbón. Además, quemaron grandes extensiones de bosque
para establecer sus conucos y potreros.
De este modo, sucintamente
expuesto, proliferaron las candelas periódicas que inexorablemente convirtieron
los estribos y laderas del Parque hasta 1.600-1.800 metros de altitud,
aproximadamente, en sabanas adventicias, o sea, sabanas formadas de manera
simultánea con el desarrollo de la civilización en el Valle de Caracas.
En
este orden de ideas, es necesario destacar que las sabanas de la vertiente Sur
del Waraira Repano están cubiertas por una vegetación dominada por gramíneas,
hierbas y chaparros. La selva quedó limitada a las partes más elevadas del
Parque y a las márgenes de las quebradas, donde hoy día podemos observar
hermosos bosques nublados y de galerías, respectivamente.
La solución de este antagonismo entre el
bosque y la sabana, es el objeto principal de nuestro enfoque, por cuanto
consideramos que es responsabilidad de las caraqueñas y caraqueños con
sensibilidad ambientalista de las generaciones presentes y futuras, dirimir el
conflicto entre ambos antagonistas a favor del bosque, logrando así revertir el
deterioro ecológico provocado por siglos de incendios. La ardua labor en
referencia, solo es posible llevarla a feliz término mediante el desarrollo
permanente, de planes científicos de reforestación con el fin de eliminar a
mediano y largo plazo las invasoras gramíneas que se caracterizan por ese color
amarillo brillante de que se tiñe el Avila en período de sequía, que se
transforma en negro después de quemas y
pasa de verde a vino tinto en tiempo de lluvia.
Es importante tener presente, para la
ejecución de viables planes de reforestación, que las sabanas avileñas se
desarrollan sobre suelos lateríticos, resultado de la comentada degradación
pedológica originada por la incontrolada intervención humana (tala-quema) desde
la época colonial hasta nuestros tiempos. Dicho de otra manera, la
deforestación intensiva a la cual estuvo sometida la montaña, excedió con creces su capacidad de formación de nuevos suelos.
Los
suelos en cuestión son ácidos, debido al escaso contenido de calcio, en
consecuencia, presentan baja fertilidad, insignificante contenido de humus,
textura franco-arenosa o franco-arcillosa y están muy expuestos a la erosión.
Debemos insistir que para solucionar estos
graves problemas es necesario ejecutar una acertada acción de reforestación,
para fijar e incorporar todos los estratos del suelo en un proceso pedogenético
equilibrado y estable, que permita la sustitución de la capa herbácea y de
gramíneas instalada en las pendientes, la cual presenta baja capacidad de
retención hídrica.
En tal sentido, es menester reforestar
artificialmente las faldas erosionadas de la montaña hasta las alturas antes
indicadas para detener el avance de las hierbas y gramíneas, restándoles espacios
paulatinamente, en un esfuerzo que solo tendrá éxito empleando las especies
primarias aptas para lograr la siembra
“a posteriori” de arboles de mayor tamaño.
En otras palabras, las plantas pioneras
favorecerán el progresivo arraigo de
arboles más robustos de manera que, cuando predomine el bosque, muchas de ellas
desaparecerán producto de la falta de
luz solar, y así, el ciclo ecológico deseado se habrá cumplido.
Para la primera etapa en comentario, podemos
citar entre otras especies idóneas por su resistencia a la sequia y pobreza del
suelo, las siguientes: hayuelo, agave, tara
amarilla, cascarón, yagrumo, guayabo montañero, cují clavellino, cariaquito,
ramón o grifo, lecherito verde, carne asada, quiripiti, cojón de verraco,
roble, bruquillo, mucuteno, araguaney, gateado, majagua y algunos frutales como
el mamón, cotoperiz, mango y otros que con su copa redondeada y frondosa,
siempre verde, cumplen a cabalidad la función encomendada, amén de que sus
frutos sirven de alimento a la fauna del cerro.
Ahora bien, bastante se ha hecho
en esta materia desde que en 1936 el Ejecutivo Nacional creara el Servicio de
Reforestación, adscrito al desaparecido Ministerio de Agricultura y Cria cuyo
propósito principal fue la de repoblar con árboles la hoya del rio Macarao y
las cumbres y laderas del Avila.
En cumplimiento de tales
objetivos, a partir del mencionado año, el Estado venezolano compró haciendas
instaladas en la montaña; hizo el
cortafuegos (1946); estableció la Escuela de Guardias Forestales en el sector
“Los Venados” (1946); prohibió el libre pastoreo de ganado caprino y ovino
(1948),y creó en 1958 mediante Decreto, el Parque Nacional “El Avila”,
afectando para tal fin un área de 66.192 ha (incrementando su superficie a
85.192 ha en 1974).
Así las cosas, en el decenio
comprendido entre 1958 y 1968, la Dirección de Parques Nacionales del extinto
Ministerio de Agricultura y Cría llevó a cabo la más intensa y planificada
labor de reforestación de las faldas del cerro, creándose en ese lapso viveros,
caminerías, refugios para excursionistas, puestos de guardaparques y un extenso
sistema de tuberías de agua para riego y combate de incendios.
Desde 1970 hasta nuestros días, el
impulso del Gobierno Nacional a través de sus órganos competentes, por diversos
factores, mermo de tal manera que en los últimos 40 años han desaparecido casi
todos los viveros y refugios; el mantenimiento de las caminerías no es el
deseado; las tuberías de agua están parcialmente operativas; los guardaparques
perciben sueldos miserables y carecen de los equipos necesarios para
desarrollar a plenitud las tareas atribuidas; la vigilancia es escasa para no
decir nula y, lo que es más grave aún, se sustituyeron los planes de
reforestación por operativos anuales y mediáticos donde muchas veces se
siembran especies no idóneas en las laderas erosionadas, tales como: tamarindo,
mijao, apamate, caobo y otras, que en su
totalidad se pierden, por ende, no cumplen su objetivo, en virtud de que son
árboles que se desarrollan en suelos más fértiles y de alto nivel freático, que
por las razones ya citadas están ausentes en las sabanas avileñas.
No obstante lo expuesto en el
párrafo precedente, consideramos que el balance de recuperación del cerro es
positivo, pues para la presente fecha la selva a ganado espacios importantes,
en muchos sectores de su vertiente Sur y, con una inmensa alegría podemos
observar y deleitarnos de grandes manchones, siempre verdes, formados con
árboles sembrados principalmente por iniciativa de particulares en Galindo, La
Julia, Las Monjas, Sebucán, Pajaritos, Quebrada Quintero, Sabas Nieves,
Chacaíto, La Florida y San Bernardino, todo lo cual nos permite soñar el
regreso de las dantas a su lugar de antaño.
Estas líneas las dedico a todas
las caraqueñas y caraqueños, por nacimiento o adopción, con conciencia
ambientalista, presentes en todos los estratos sociales de la población
citadina, quienes sin lugar a ninguna duda, agrupados y organizados impulsaran
las actividades de reforestación y mantenimiento del parque y, obligarán,
mediante la presión social, a los entes públicos involucrados por Ley, a
cumplir con las labores que les han sido atribuidas por las normas jurídicas
vigentes.
Luis José Trias Sambrano
Caracas, 27 de Mayo de 2010
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